Una mujer significativa. Matilde la pelirroja


Sería fácil hablar de mi madre o de mi abuela paterna, también de mi hija o de algunas de mis tias o primas, pero ellas a pesar de ser mujeres importantes en mi vida, si os cuento que las he elegido por ser dulces, cariñosas, divertidas, mujeres de su casa y del mundo, podríais decirme que hablo desde el amor y eso no es nada crítico. 

Ellas, que aún siendo el sosten, la vara en las que me he apoyado para llegar a donde estoy hoy, no pueden ser solo las que rellenen estas líneas, porque han habido quizás muchas más de las que ahora la mente me juega malas pasadas y no acierte a recordarlas a todas, pero seguramente han influído potentemente en este gran recorrido para llevarme hasta donde me encuentro ahora.

Entre todas quiero recordar a Matilde, mi primera profesora de historia, una mujer espontánea, cercana y a pesar de la época oscura en la que vivíamos su sonrisa perfecta no se alejaba jamás de su cara. Era alta, de carácter enérgico y mejillas sonrojadas, su melena pelirroja nunca la vimos en todo su esplendor porque la recogía en un moño justo en la base del cuello. Hablaba tranquila, el paso del tiempo a su lado pasaba despacio, como los acontecimientos que relataba, batallas, guerras, luchas, vencedores y vencidos, y así un año, un siglo, dos, tres, hasta el tiempo presente, allí mismo junto a ellas escribíamos nuestra propia historia desde nuestros minúsculos pupitres, niñas y niños sin saber que nos deparaba el futuro pero deseosos de inventarlo al menos. Sabíamos, nos hacía saber que el camino no era fácil, puede que estuviera lleno de obstáculos, que las caídas serían inevitables, pero que una vez en el suelo había que levantarse deprisa y continuar la marcha. Yo le hice caso. Tengo a Matilde, a sus historias y a sus consejos grabados a fuego en mi mente, la única pena es que la disfruté poco, el curso siguiente nos dejó, se marchó, no sé dónde, puede que tú, ahora que estás leyendo, sonrias y digas "vino conmigo".

Matilde para mí era única. Sé que hay muchas Matildes por ahí desperdigadas, que dejan huella indeleble, a mi Matilde la llevo en mi pecho, en el lado izquierdo, quiero dejarla ahí para siempre, como si fuera una medalla de guerrero, orgullosa de haber sido partícipe del talento que desprendía, ese que yo lo intenté coger a puñados, que caía como si fuera una lluvia de caramelos, sólo espero que ella también esté satisfecha allí dónde habite mientras peina su cabello taheño.            


  

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